domingo, 16 de octubre de 2011

Crónica de una fiesta que se volvió angustia.


La atmosfera era de entusiasmo y optimismo, se respiraba en el ambiente aires de victoria ante un rival que históricamente, futbolísticamente hablando, ha sido más que Guatemala.  La noche del miércoles 16 de octubre de 1996 se llevaría a cabo el partido de fútbol entre Guatemala y Costa Rica, en el estadio Mateo Flores. Ese día en la U, hablaba con algunos compañeros y mi intención era ir al estadio ya que, aunque no voy seguido al estadio, pensaba que esa noche sería especial.  Y lo fue, lamentablemente fue especialmente trágica. 
Al final no pude ir, pero mi tío Juan Carlos y mi hermano José  fueron al estadio.  Mi papá, mi mamá, mi hermana y yo veníamos en el carro, apresurándonos ya que casi eran las 8 pm, hora de inicio del juego, escuchando la radio.  El locutor empieza a decir  las alineaciones de los equipos y se dejaba escuchar la algarabía de los más de 45000 aficionados que estaban en el estadio, aforo que fue reducido a 30000 después de la tragedia.  Como siempre en este tipo de espectáculos, se escucha que se estaban dando problemas en las gradas, problemas que se agravan cuando informan sobre personas lesionadas e inmediatamente después, personas fallecidas y con ello la confusión.  No, dice el locutor, son personas desfallecidas (desmayadas), a lo que yo respondo con una expresión de desaprobación por alarmar tanto con una noticia tan fuerte sin tener la certeza ello.  Pero la realidad vino minutos después cuando se confirma al 100% la muerte de personas y en mi cabeza se estampa la frase “no puede ser”.
Llegamos a casa a las 8:10 pm, en la televisión inicia ese episodio terrible de la historia de este país. Empieza la angustia, mi mamá y mi papá luchan contra las  líneas de teléfono congestionadas buscando ubicar a mi tío y a mi hermano.  Mi hermana empieza a llorar, y aunque no los contactábamos aún, ella les decía que salieran del estadio.  Las imágenes de la televisión empiezan a mostrar los cuerpos de hombres, mujeres y niños que por la forma de sus brazos y piernas buscaban defenderse de algo o alguien y que no pudieron lograrlo.  Esas imágenes pasaban frente a mis ojos mientras esperaba que ninguno de ellos coincidiera con la anatomía y ropa de mi hermano y de mi tío. Los minutos seguían pasando, interminables, eternos. A las 8:25 pm, el entonces presidente de Guatemala, el Sr. Álvaro Arzú, suspende el partido en una acertada decisión y se solicita que se abandone el estadio de forma ordenada.  A las 8:35 pm,  mi tío nos llama y nos informa que están bien, que estaban en la tribuna y no en la general.  Cuando mi hermano y mi tío llegan a casa, nos fundimos en un abrazo todos, sin embargo, seguíamos viendo esas imágenes que quedarán en mi mente siempre, de esas personas que fueron a divertirse y que se encontraron con esta desgracia. 
Quedan las preguntas, ¿Quiénes fueron los responsables de esta tragedia?  ¿Por qué emitieron tantos boletos? ¿Por qué no ejecutaron a tiempo las medidas de seguridad? ¿A quienes les beneficia la reventa que no se hace nada por detenerla? ¿Los responsables del estadio Mateo Flores podrían prevenir que esto no vuelva a pasar?
Después de 15 años, lo recuerdo como si fuera ayer, y estas líneas están dedicadas a esas personas que perdieron la vida en el estadio Mateo Flores y sobre todo a sus familias, que vivieron el horror de vivir como una fiesta se convertía en una tragedia.  Espero que esto jamás se vuelva a repetir y que Guatemala haya aprendido de un golpe tan duro como este. Que descansen en paz las víctimas del 16 de octubre de 1996 en el estadio Mateo Flores.

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