Crónica de una fiesta que se volvió angustia.
La atmosfera era de entusiasmo y
optimismo, se respiraba en el ambiente aires de victoria ante un rival que
históricamente, futbolísticamente hablando, ha sido más que Guatemala. La noche del miércoles 16 de octubre de 1996
se llevaría a cabo el partido de fútbol entre Guatemala y Costa Rica, en el
estadio Mateo Flores. Ese día en la U, hablaba con algunos compañeros y mi
intención era ir al estadio ya que, aunque no voy seguido al estadio, pensaba
que esa noche sería especial. Y lo fue,
lamentablemente fue especialmente trágica.
Al final no pude ir, pero mi tío
Juan Carlos y mi hermano José fueron al
estadio. Mi papá, mi mamá, mi hermana y
yo veníamos en el carro, apresurándonos ya que casi eran las 8 pm, hora de
inicio del juego, escuchando la radio.
El locutor empieza a decir las
alineaciones de los equipos y se dejaba escuchar la algarabía de los más de
45000 aficionados que estaban en el estadio, aforo que fue reducido a 30000
después de la tragedia. Como siempre en
este tipo de espectáculos, se escucha que se estaban dando problemas en las
gradas, problemas que se agravan cuando informan sobre personas lesionadas e
inmediatamente después, personas fallecidas y con ello la confusión. No, dice el locutor, son personas desfallecidas
(desmayadas), a lo que yo respondo con una expresión de desaprobación por alarmar
tanto con una noticia tan fuerte sin tener la certeza ello. Pero la realidad vino minutos después cuando
se confirma al 100% la muerte de personas y en mi cabeza se estampa la frase “no
puede ser”.
Llegamos a casa a las 8:10 pm, en
la televisión inicia ese episodio terrible de la historia de este país. Empieza
la angustia, mi mamá y mi papá luchan contra las líneas de teléfono congestionadas buscando ubicar
a mi tío y a mi hermano. Mi hermana
empieza a llorar, y aunque no los contactábamos aún, ella les decía que salieran
del estadio. Las imágenes de la
televisión empiezan a mostrar los cuerpos de hombres, mujeres y niños que por
la forma de sus brazos y piernas buscaban defenderse de algo o alguien y que no
pudieron lograrlo. Esas imágenes pasaban
frente a mis ojos mientras esperaba que ninguno de ellos coincidiera con la
anatomía y ropa de mi hermano y de mi tío. Los minutos seguían pasando, interminables,
eternos. A las 8:25 pm, el entonces presidente de Guatemala, el Sr. Álvaro
Arzú, suspende el partido en una acertada decisión y se solicita que se
abandone el estadio de forma ordenada. A
las 8:35 pm, mi tío nos llama y nos
informa que están bien, que estaban en la tribuna y no en la general. Cuando mi hermano y mi tío llegan a casa, nos
fundimos en un abrazo todos, sin embargo, seguíamos viendo esas imágenes que
quedarán en mi mente siempre, de esas personas que fueron a divertirse y que se
encontraron con esta desgracia.
Quedan las preguntas, ¿Quiénes
fueron los responsables de esta tragedia?
¿Por qué emitieron tantos boletos? ¿Por qué no ejecutaron a tiempo las
medidas de seguridad? ¿A quienes les beneficia la reventa que no se hace nada
por detenerla? ¿Los responsables del estadio Mateo Flores podrían prevenir que
esto no vuelva a pasar?
Después de 15 años, lo recuerdo
como si fuera ayer, y estas líneas están dedicadas a esas personas que
perdieron la vida en el estadio Mateo Flores y sobre todo a sus familias, que
vivieron el horror de vivir como una fiesta se convertía en una tragedia. Espero que esto jamás se vuelva a repetir y
que Guatemala haya aprendido de un golpe tan duro como este. Que descansen en
paz las víctimas del 16 de octubre de 1996 en el estadio Mateo Flores.
Etiquetas: 16 de octubre 1996, tragedia Mateo Flores