Voto correcto
Hace unos días recibí un correo con un documento interesante, ya que a veces uno sabe estas cosas pero no todos los ciudadanos lo conocen. Es importante difundirlo para que en las próximas elecciones se pueda elegir por quien realmente se cree, aunque esto no siempre implica elegir BIEN, pero de eso se trata esta "fiesta cívica". Es un poco extenso, pero vale la pena leerlo... no sé quien lo haya escrito, pero igual se da el crédito correspondiente y solamente lo publico para información de quien quiera leerlo:
Voto Correcto:
Problema 1: «Yo votaré en blanco/nulo».
Para el cálculo de sufragios para la Presidencia de la República, los votos blancos/nulos no cuentan para el cómputo final (Art. 201, Ley Electoral), por lo que, matemáticamente, son un total y absoluto desperdicio: no sólo son una manifestación estéril de inconformidad (no pasan de ser anécdota), sino que no impiden que los candidatos «malos» accedan a segunda vuelta, o peor aún: que uno de ellos gane de una vez en la primera.
Ejemplo:
Sobre una base de 100 votos brutos, imaginemos que, al final del escrutinio de la primera vuelta, el resultado es éste:
Candidato A: 48 votos.
Candidato B: 22 votos.
Candidato C: 10
Candidato D: 10
Votos blancos y nulos: 10.
Total de votos: 100. 90 válidos y 10 nulos/blancos.
Muchos pensarán así: «voté en blanco e hice saber mi inconformidad; además, esos 48 de A no le alcanzan para ser Presidente. Tiene que haber segunda vuelta».
Luego, en la noche, mira los resultados en canal 25 de UHF, y se caga: el candidato A obtuvo, en efecto, 48 votos, que, sobre una base de 100, parecerían menos de los requeridos para ganar en primera vuelta (se necesita más del 50%). Pero esto no es así, pues los votos nulos/blancos no son tomados en cuenta para el cómputo de votos; por tanto, los 48 votos del candidato A no representan el 48%, sino el 53,33 %, ya que los porcentajes asignados a cada candidato se calcularán sobre la base de 90 votos (válidos) y no sobre 100 (totales). Los diez votos nulos/blancos son un total y absoluto desperdicio.
Y eso es en la primera vuelta. En la segunda es todavía más triste:
Supongamos el siguiente escenario:
Toda la buena voluntad de la gente que sí votó responsablemente no fue suficiente para evitar el yerro colectivo, y la masa inocente acabó ungiendo a A y a B para una segunda vuelta. Tocará a los buenos ciudadanos, pues, elegir entre el Sida y el Cáncer (como diría Vargas Llosa).
Imaginemos que, al final del escrutinio de la segunda vuelta, el resultado es este:
Candidato A: 4 votos.
Candidato B: 5 votos.
Nulos/Blanco: 91 votos.
Nueve de cada diez personas votaron en blanco/nulo para manifestar su inconformidad con los candidatos elegidos para disputar la segunda vuelta. ¡Nueve de cada diez! Y yo les pregunto: ¿sirvió de algo?
¿El candidato Blanco/Nulo será nuestro nuevo Presidente? No.
El candidato Blanco/Nulo habrá sido quizás el individuo más votado en la Historia de la República, pero ni aun el clamor popular puede investirlo con la Primera Magistratura de la Nación.
Con apenas el 5% de los votos totales, el candidato vencedor, señores, es B. De 100 emitidos, sus «miserables» 5 votos representan el 55,55% de los votos válidos, es decir, más de la mitad, y se ha convertido con ello en el nuevo Presidente de la República de Guatemala. Tan sencillo como eso.
Los 91 votos nulos/blancos no sirven para nada. Son, literalmente, un papel arrojado a la basura.
No es que el voto en blanco sea siempre un ejercicio inútil. En naciones educadas, el voto blanco masivo es una muestra estoica de la inconformidad ciudadana. Pero Guatemala no está para eso en este momento: la Nación está en uno de los períodos más negros de su historia, y el voto blanco/nulo sólo facilitará el cataclismo.
Problema 2: «Yo voto por el menos malo (en primera vuelta)».
Supongamos que buena parte de la Nación sabe perfectamente que es peligroso que gane el candidato B (es un supuesto), y que también hay una buena parte a la que tampoco le gusta el candidato A.
Si preferimos a C y D por sobre A y B, ¿por qué votar por A? No existe literalmente ni un solo argumento, ni lógico, ni matemático, para hacer tal cosa. No necesariamente se debe votar por A para que B no gane; y esto es así porque en la contienda hay más de dos candidatos.
A pesar de que el escenario de «simpatía» no es tan malo para C y D, la cultura ciudadana es muy pobre, y la gente tiende a ser «pragmática», según ella, y razona así: «A mí me gusta/convence el candidato C (o el D, o cualquier otro), pero si voto por él desperdiciaré el sufragio, porque la mayoría votará por A o por B. Entre A y B, el que menos me gusta es B, entonces, aunque tampoco me guste A, mejor votaré por él pues, votando por A, al menos me aseguro de que B no gane».
Este razonamiento es ERRÓNEO.
Veamos este ejemplo:
Tuvo lugar la primera vuelta el 11 de septiembre, y hubo 100 votos emitidos. El 10 de septiembre, millones de personas vieron esto, y entendieron que es inútil votar en blanco, pero siguieron aplicando la teoría del «menos malo» en primera vuelta.
La gente, fuertemente influenciada por Noti Pajas, votó así:
Candidato A: 40 votos
Candidato B: 20 votos
Candidato C: 15 votos
Candidato D: 15 votos.
Resto de candidatos: 5 votos.
Total: 100 votos.
C y D fuera de la segunda vuelta.
Pero, indagando con los vecinos, resulta que 15 de los 40 votos que tiene A eran en realidad de votantes que preferían a C y a D. Pero, entonces, ¿por qué los tiene A? La respuesta es bastante triste: 15 personas, atemorizadas, mal aconsejadas, creyeron que dando su voto a A evitarían que B ganara; cuando, en realidad, habría dado exactamente lo mismo que se lo dieran a sus candidatos originales: C y D.
¿Qué habría pasado, entonces, si toda la gente hubiese votado como habría querido, y no como pensó que sería «lo más práctico»?
El resultado habría sido muy distinto:
Candidato A: 25%.
Candidato B: 20%.
Candidato C: 23%.
Candidato D: 22%.
Resto de candidatos: 5%.
Total: 100%.
Hipotéticamente, habría sido un resultado mucho más reñido. Y podríamos haber evitado la catástrofe; pero nunca lo sabremos porque la mara votó por el menos malo (de los mayoritarios) en primera vuelta, sacando a los buenos/regulares de la contienda, y obligándonos a elegir, en segunda vuelta, entre «malo» y «pésimo».
Id y enseñad a todos esto: En la primera vuelta no se pierde ningún voto efectivamente sufragado. Las pérdidas provienen exclusivamente del abstencionismo y de los votos nulos/blancos.
Cuando se trata de evitar el arribo al poder de una persona indeseada, o peligrosa, matemáticamente da igual votar por uno u otro candidato en la primera vuelta (siempre que sea distinto al candidato no deseado). Cualquier voto, para cualquier candidato, resta posibilidades al indeseable, sin importar por quién se vote.
Cuando hay más de dos candidatos (primera vuelta), los únicos votos que aumentan o disminuyen el % del candidato no deseado son los de la gente que decide votar por el candidato no deseado, y nada más. A diferencia de la segunda vuelta, en la primera los % de todos los candidatos son independientes entre sí y no se afectan los unos a los otros.
Conclusiones:
I. En la primera vuelta, voten por el candidato de su preferencia, quienquiera que éste sea, pues todos los votos correctamente emitidos son válidos, indistintamente de a quién se lo adjudiquen. Siempre que haya más de dos candidatos, cualquier voto para cualquiera de ellos es útil para evitar que el candidato indeseable gane. Matemáticamente, ningún voto correctamente sufragado se pierde.
II. Los votos blancos/nulos (y los mal marcados —Art. 237, Ley Electoral—) no cuentan para el cómputo de votos. Los están arrojando a la basura. Y ojo con los mal marcados: por cualquier imperfección los descartan, y un voto que ustedes creían válido puede ser considerado nulo por la Junta Receptora de Votos.
III. Si toda la gente supiera cómo funcionan las matemáticas de la primera vuelta, miles de personas votarían por la persona en quien realmente creen, y no por el «menos malo», y muchos de los votos blancos/nulos de una primera vuelta tal vez serían para los candidatos buenos/regulares; provocando, quizás, que al menos uno de los candidatos «malos» no accediese a la segunda vuelta, pues uno «regular/bueno» ocuparía su lugar. Y a partir de allí otra historia sería…
IV. La «teoría del menos malo» sólo aplica en segunda vuelta (donde es necesaria), no en la primera (donde se caga en todo).
V. Del abstencionismo no hay mucho qué decir: la omisión del que no va a las urnas contribuye a que toda la masa inocente unja a personas peligrosas o incompetentes. La gente que no vota no tiene derecho de opinar, ni de quejarse durante 4 años de calamidad. Tan sencillo como eso.
Una útil comparación:
En el sistema mexicano sólo se vota una vez y basta con obtener la mayor cantidad de votos en esa única elección, sin que el % obtenido deba exceder una cifra específica. En el país de Cuauhtemoc, las matemáticas de la Elección Presidencial son las de nuestra segunda vuelta, pero con todos los candidatos. Puta, ¿cómo así?
Imaginen este escenario:
Presidencia de México: julio de 2012. Hubo 100 votos totales. Y como los mexicanos sí conocen su sistema, ninguno votó en blanco. Los resultados fueron estos:
Candidato A: 35 votos.
Candidato B: 25 votos.
Candidato C: 15 votos.
Candidato E: 15 votos.
Resto de candidatos: 10 votos.
Total: 100 votos. Todos válidos.
A y B obtuvieron la mayor cantidad de votos en la elección. ¿Segunda vuelta entre A y B? No. En México no hay segunda vuelta. Con apenas 35 votos, el candidato A se convierte en el próximo Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Ahí sí aplica la teoría del menos malo, porque es a elección única, en una sola ronda. No hay margen para el error colectivo.
Para la elección de la Presidencia de la República, el sistema guatemalteco es mejor que el mexicano. Pero, entonces, ¿cuál es el problema en Guatemala? Dura es la respuesta, pero verídica: la gente vota con los pies.
La enorme masa votante se deja influenciar por lo que dice la muchedumbre; mientras los estratos «educados» votan con más temor que convencimiento. En suma, todos se dejan apantallar por algunos medios de comunicación, o por la descomunal maquinaria propagandística de los que pueden pagar más... Peor aún: ni siquiera los instruidos conocen la Constitución, ni la Ley Electoral, ni las reglas más elementales de la estadística electoral... y así, un largo etcétera.
«No queremos cagarla una vez más. ¿Qué es lo que debemos hacer? »
Los dictados del sano criterio establecen:
Primera vuelta: Voten por quien verdaderamente los convenza, y voten bien. No voten en blanco/nulo. Y tampoco voten por el menos malo de los aparentemente «mayoritarios» (a menos que sí quieran votar por ellos; libre albedrío, y todo el mundo tiene el derecho de cometer sus propios cagadales.).
Segunda vuelta: Si ni aún votando correctamente en primera vuelta pudimos evitar que Cáncer y Sida pasaran a la segunda, pues voten por Cáncer: la quimioterapia existe. Depende de nosotros aplicarla, o al menos no dejar en paz al maldito cáncer para que no se expanda por todo el cuerpo del Estado durante los próximos cuatro años. Y, por favor, tampoco voten blanco/nulo en la segunda vuelta; pues no sea que en el juego de las proporciones acabemos beneficiando a Sida, y nos habremos cagado en todo: apaguemos la luz y larguémonos. Todo se habrá ido a la mierda.
¿Ningún candidato les agrada? Qué bueno. Son ciudadanos exigentes. Pero, yo les pregunto, ¿permitirán que una horda de inocentes/manipulados elija por ustedes?
Estamos lejos de encontrar un manantial de sabiduría política entre los que buscan cargos públicos, cierto. Y más específicamente, en la probable segunda vuelta: ¿qué es peor, el barro o el estiércol? Vayan y escojan, por lo menos, el barro. Esperemos que se seque pronto y que podamos sacudírnoslo en cuatro años, que ojalá transcurran pronto.
Pero si ni siquiera hacen eso, y permiten que el estiércol nos invada por todas partes, secuestrando nuestras instituciones y conduciéndonos directamente al colapso, no tienen derecho a quejarse si todo se va al demonio y la Nación enfila directo al abismo. Luego no lloren como niños en los foros y tertulias lo que no pudieron defender como hombres en las urnas.
Piénsenlo.
Que viva la República de Guatemala.
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